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Satisfacción y agresividad en futbolistas por David González (Parte 3)

David González impartiendo una conferencia.

Los estudios se centraron en la agresividad como una emoción con función adaptativa para los individuos.

Las agresiones pueden ser prosociales si responden a su función adaptativa u antisociales si son “cualquier comportamiento con objetivo de lastimar o herir a otro ser viviente que tenga la motivación de evitar esos tratos” (Baron y Richardson, 1994); se producen en diversos contextos y están mediadas por distintas variables (sociológicas, de personalidad etc.).

Como planteamiento inicial se propuso la diferencia entre dos tipos de agresión, la hostil o reactiva y la instrumental; “la meta principal de la agresión hostil es infligir una lesión o daño psicológico a otra persona. La agresión instrumental, por otro lado, sucede en la búsqueda de una meta no agresiva” (Weingber y Gould, 2010).

A lo largo de la historia se estudió este comportamiento dando cómo resultado un conjunto de teorías, a modo de explicación, para el origen y el desarrollo de la violencia.

La teoría del instinto (Gill, 2000) expone que los individuos tienen un instinto innato de agresividad, yendo este en aumento hasta que es inevitable manifestarlo. Este instinto se puede expresar mediante el ataque a otro ser vivo o mediante la catarsis, la cuál no pudo ser identificada y/o relacionada con ningún instinto agresivo y hace que esta teoría carezca de apoyo.

La teoría de la frustración-agresión o teoría del impulso identifica la agresión como el resultado directo de la frustración del individuo al cometer un error o ante la obstrucción de una meta (Dollard, Doob, Miller, Mowrer y Sears, 1939). Esta perspectiva no cuenta con mucho apoyo hoy en día, pues la frustración no conlleva necesariamente una agresión, aunque sus contraargumentadores indican que no es necesaria que la agresión sea percibida, queriendo proporcionarle a la catarsis un papel fundamental y llevando la teoría al mismo punto que la anterior.

La teoría del aprendizaje social (Bandura, 1973) sostiene que la agresión se explica como un comportamiento aprendido, mediante el refuerzo y el modelado, de manera que cuando se observa a alguien, el observador repite esos comportamientos y el observado es reforzado positivamente. Esta teoría tiene un considerable apoyo científico y sirvió de base para destacar, como por ejemplo, que la observación de la violencia mediática se relaciona de manera positiva con la agresión (Bushman y Anderson, 2001).

La teoría revisada de la frustración agresión o teoría de la neoasociación cognitiva (Baron y Richardson, 1994; Berkowitz, 1965, 1969, 1993), combina elementos de la teoría de la frustración-agresión con elementos de la teoría del aprendizaje social. De acuerdo con esto y ampliamente apoyada, aunque la frustración no siempre conlleva la agresión, sí aumenta su probabilidad al aumentar la excitación, la ira y otros pensamientos y emociones.

Aunque la comprensión de la agresión aumente gracias a las teorías anteriormente expuestas, aun falta mucho por investigar, pues se cree que es mucho más compleja de lo que se pensó incluso el momento.

En el modelo general de la agresión de Anderson y Bushman (2002), existe un canal de entrada, basado en la personalidad y en la situación, que determina la probabilidad de que el individuo sea agresivo.

A medida que se experimentan las agresiones, el estado interno se altera, caracterizado por cambios en la excitación, en el humor y en los pensamientos hostiles o esquemas.

“La agresión ocurre cómo resultado de un complejo proceso mediado por los propios pensamientos y emociones, que surge de la interacción de numerosos factores personales y situacionales” (Weingber y Gould, 2010).

La Teoría de la Autodeterminación postula la Teoría de las Necesidades Básicas, la cual expone que las metas que persiguen los deportistas a través de su práctica deportiva están originadas por una serie de necesidades psicológicas que aparecen como fundamentales a la hora de explicar el comportamiento humano (Deci y Ryan, 1985la, 1991). Estas necesidades son: la necesidad de autonomía, competencia y relación social o afiliación (Deci, 1980; Deci y Ryan, 1991). La teoría suscita que las tres necesidades deben satisfacerse para que pueda darse bienestar psicológico (Deci y Ryan, 2000).

La percepción de autonomía va asociada a un locus de causalidad interno, está relacionada con el deseo de tener iniciativa en la regulación de las propias acciones, es decir, experimentar que se participa en una actividad por voluntad propia y se tiene capacidad de decisión (deCharms, 1968). La persona necesita percibir que sus actos son responsabilidad suya, que tiene capacidad para tomar decisiones y libertad para actuar dentro de una serie de posibilidades de elección en su comportamiento, incrementando de este modo su autonomía y beneficiando el desarrollo de una motivación más intrínseca (Deci y Ryan, 1985).

La necesidad de competencia implica que el individuo necesita sentirse eficiente al realizar actividades en el entorno que le rodea (Harter, 1978; White, 1959).

Por último, la necesidad de relación social (o afiliación), refleja el deseo de sentirse unido, aceptado a los otros significativos (Richer y Vallerand, 1998; Ryan, 1993).

Para Ryan (1993), estas necesidades básicas deben identificarse como necesarias para facilitar el crecimiento y desarrollo del potencial humano. En consecuencia, las personas desarrollan una alta motivación autodeterminada hacia aquellas experiencias y situaciones que satisfagan estas necesidades básicas.

Para tratar de establecer una relación entre la agresividad y la satisfacción de necesidades de forma empirica, se llevó a cabo un estudio, en el que utilizaron como instrumentos, la versión española del cuestionario Basic Needs Satisfaction in Sport Scale (BNSSS), creado y validado por Ng et al. (2011) y la versión española del cuestionario de agresión (AQ) creado y validado por Buss y Perry (1992).

Para los participantes se seleccionó una muestra de 67 futbolistas de entre 14 y 32 años, residentes en Galicia, tomando como condiciones en el momento de pasar los cuestionarios:

Estar federados en el momento de la realización del estudio.
Entrenar con regularidad, un mínimo de 2 o 3 sesiones semanales en el momento de la realización del estudio.
Competir con regularidad en el momento de la realización del estudio.
En los resultados se puede ver que existe unha correlación negativa significativa entre a escala de Satisfacción Total y la de Agresividad Física.

Hablamos de la hipótesis que Sánchez, Pulido, Amado, Sánchez y Leo (2014) pusieron de manifiesto, la presión por parte de las familias lleva a conductas antisociales dentro del campo, pero como muestran los resultados, también fuera.

Existe también una correlación negativa significativa entre la escala de Autonomía y la de Agresividad Física y esta tiene mucho sentido.

Los jugadores, desde pequeños, pueden percibir que pierden su capacidad para tomar decisiones o para tener control sobre su vida en el deporte, si las familias crean un clima incapacitante para ellos. Como observamos, esto puede suponer que su Autonomía se vea como retirada y aumente así la agresividad.

Esto nos lleva al siguiente punto, resulta también que existe una correlación negativa significativa entre la escala de Utilidad y la de Agresividad Física, esto es, que los futbolistas se sienten menos útiles si perciben una presión desmedida y la manifiestan mediante agresividad física, como en los casos anteriores. Aquí lo que sucede es que además, la escala de Utilidad también mantiene una correlación negativa significativa con la de Hostilidad, no sólo manifestando esta pérdida de las capacidades con la agresividad física si no también con la forma hostil de comportamiento cotidiana.

Este trabajo contó con ciertas limitaciones, de carácter importante, y que podrían llevar los resultados por otros caminos.

Para comenzar, no hay muestra femenina, no hay representación de un colectivo minoritario en el fútbol, lo cual sabemos que es menos agresivo, como dicen Pelegrín, Serpa y Rosado (2013) y tienen una percepción de la legitimación de la agresión en el deporte menor que los hombres, tal y como nos demuestra Silva (1983).

Por otra parte, no hay una comparación con otros deportes ni con población no deportista, por lo que no podemos aventurarnos a decir si es único y exclusivo del fútbol, del deporte o hay otros aspectos a tener en cuenta.

De esta forma, y mediante las limitaciones del estudio, se abren nuevas líneas de investigación futura para resolver, o tratar de seguir profundizando, en la cultura del fútbol, rodeada de agresiones dentro y fuera del campo.

Antes de comenzar el estudio, se sabía que la agresión estaba relacionada con la inteligencia emocional, de forma inversa; también se tenía conocimiento de que la inteligencia emocional estaba reacionada de forna directa con la satisfacción de necesidades y ahora, podemos saber que la satisfacción de necesidades está relacionada de manera inversa con la agresión.

¿Qué nos quiere decir esto? Efectivamente, la inteligencia emocional es la pieda angular de la satisfacción deportiva y la erradicación de la agresividad en sus participantes.

Es imprescindible, desde el deporte base, desde la escuela y desde la familia, transmitir una educación emocional, que entre otros muchos beneficios, actuará como prevención de la violencia en los campos de fútbol y en el día a día.

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